domingo, 1 de junio de 2014

Pureza de Corazón/ Anónimo hindú


Se trataba de dos ermitaños que vivían en un islote cada uno de ellos. El ermitaño joven se había hecho muy célebre y gozaba de gran reputación, en tanto que el anciano era un desconocido. Un día, el anciano tomó una barca y se desplazó hasta el islote del afamado ermitaño. Le rindió honores y le pidió instrucción espiritual. El joven le entregó un mantra y le facilitó las instrucciones necesarias para la repetición del mismo. Agradecido, el anciano volvió a tomar la barca para dirigirse a su islote, mientras su compañero de búsqueda se sentía muy orgulloso por haber sido reclamado espiritualmente. El anciano se sentía muy feliz con el mantra.

Era una persona sencilla y de corazón puro. Toda su vida no había hecho otra cosa que ser un hombre de buenos sentimientos y ahora, ya en su ancianidad, quería hacer alguna práctica metódica.

Estaba el joven ermitaño leyendo las escrituras, cuando, a las pocas horas de marcharse, el anciano regresó. Estaba confundido, y dijo:

-Venerable asceta, resulta que he olvidado las palabras exactas del mantra. Siento ser un pobre ignorante. ¿Puedes indicármelo otra vez?

El joven miró al anciano con condescendencia y le repitió el mantra.

Lleno de orgullo, se dijo interiormente: “Poco podrá este pobre hombre avanzar por la senda hacia la Realidad si ni siquiera es capaz de retener un mantra”. Pero su sorpresa fue extraordinaria cuando de repente vio que el anciano partía hacia su islote caminando sobre las aguas.

domingo, 11 de mayo de 2014

I have been a multitude of shapes Before I assumed a consistent form.


    “He sido un jefe en la batalla,

        he sido una espada en la mano,

      he sido un puente que atraviesa sesenta ríos,

          estuve hechizado en la espuma del agua, 

           he sido una estrella,
       
        he sido una luz,

         he sido un árbol,

              he sido una palabra en un libro,

              he sido un libro en el principio.”

                                                               Taliesin 

Los Cuatro Encuentros de Siddhārtha

Un elefante blanco de seis colmillos, que erraba en las montañas de oro, entró en su costado izquierdo sin causarle dolor.
Se despierta. El rey convoca a sus astrólogos y éstos le explican que la reina dará a luz a un hijo que podrá ser el emperador del mundo o el Buddha, destinado a salvar a todos lo seres. Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el emperador del mundo. 

El rey convoca a sus magos y la reina da a luz sin dolor. Una higuera inclina sus ramas para ayudarla. El hijo nace de pié y al nacer de cuatro pasos (al Norte, al Sur, al Este y al Oeste) y dice: “Soy el incomparable; este será mi último nacimiento” El príncipe crece: es el mejor arquero, es el mejor jinete, el mejor nadador, el mejor atleta, el mejor calígrafo, confunde a todos los doctos. 

El padre sabe, los astrólogos le han dicho, que su hijo corre el peligro de ser el Buddha, el hombre que salvará a todos, esto si conoce cuatro hechos, que son la vejez, la enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo en el palacio, le suministra un harén. El príncipe vive una vida feliz; ignora que haya sufrimiento en el mundo, ya que le ocultan la vejez, la enfermedad y la muerte. 

En el día predestinado sale en una carroza por una de las cuatro puertas del palacio, por la puerta Norte. Recorre un trecho y ve a un ser distinto de todos los que ha visto. Está encorvado, arrugado, no tiene cabello, apenas puede caminar y va apoyado en un bastón. Pregunta quién es ese hombre y el cochero le contesta que es un anciano y que todos seremos algún día ese hombre si seguimos viviendo. El príncipe vuelve al palacio, perturbado. 

Al cabo de seis días vuelve a salir por la puerta Sur. Ve en una zanja a un hombre aun más extraño, con la blancura de la lepra y el rostro demacrado. Pregunta quién es ese hombre, si es que lo es, y el cochero le responde que es un enfermo y que todos seremos ese hombre algún día, si seguimos viviendo. El príncipe, ya muy inquieto, vuelve a palacio. 

Seis días más tarde sale nuevamente y ve a un hombre que parece dormido, pero cuyo rostro tiene un color que no es el de la vida. A ese hombre lo llevan otros. Vuelve a preguntar quién es y esta vez el cochero le responde que es un muerto y que todos, si seguimos viviendo, algún día seremos él. El príncipe ahora está desolado. Tres horribles verdades le han sido reveladas: la verdad de la vejez, la verdad de la enfermedad y la verdad de la muerte. 

Sale una cuarta vez y ahora ve un hombre casi desnudo cuyo rostro está lleno de serenidad. Pregunta quién es y le responden que es un asceta, un hombre que ha renunciado a todo y que a logrado la beatitud. Ahora, el príncipe se decide por abandonarlo todo: él que ha llevado siempre una vida tan rica. 

El príncipe resuelve ser el Buddha.

sábado, 3 de mayo de 2014

La Imitación del Rey/ Alrali


Un hombre muy pobre tenía un riquísimo don: podía imitar o fingir a cualquier persona, su voz, sus pasos, sus ademanes, sus posturas, sus expresiones. Era muy solicitado en las fiestas. Pero no dejaba de ser pobre. Desdichado, pues no tenía familia, vivía a la orilla del pueblo. Un día simplemente desapareció. Desapareció, mas no murió.

Ese día de la desaparición paseaba por el camino a orillas del pueblo en la pradera. En ello se encontró con un hombre vestido tumultuoso y de apariencia vagabunda. Aunque sus ropas eran jirones parecía vestido como rey. Al verlo de frente se sorprendió, pues creyó chocar con un espejo, pues a pesar de la ropa, eran idénticos. Este hombre se encontraba muy aturdido, parecía agonizar de sed y hambre. Éste comentó que se había perdido y pedía ayuda. El pobre hombre le llevo a su choza. Allí le dio de beber y comer lo poco que tenía. El aparente rey le dijo que se había perdido porque fue atacado en medio de las montañas y tuvo que huir pero que pronto lo buscarían y al dar con él le agradecería debidamente su ayuda. El sufrido rey  después de probar pan y agua cayó sumido en un sueño profundo.  Nuestro gran imitador pensó en lo dichoso de ser rey y deseo ser uno.
.....

A la mañana siguiente sólo un hombre salio de la choza.Con su ropa hecha jirones camino rumbo a las montañas. Pronto vio unos hombres con estandartes a lo lejos y supo a quien buscaban. Cuando los hombres llegaron a él le dieron gracias a Dios, lo atendieron y con sumo cuidado lo llevaron en una carreta magnifica a sus tierras.

Al llegar a un castillo y ser llevado a una recamara fue rápidamente atendido por todo mundo. Le preguntaron que cómo se sentía y dijo que bien, pero con el único inconveniente que no recordaba más que la caída del caballo al ser atacado y como en un sueño  un hombre pobre que le había salvado la vida proporcionándole un poco de pan y agua. El médico le recomendó leer su diario. El cual escribía desde hace muchos años. Y además con la ayuda de su hermosa esposa recordaría su vida. Así fue conociendo todo acerca de su vida hasta llegar a ser rey.

Los años pasaron.

Un día se dirigía a visitar un pueblo vecino con su séquito. Pero fue atacado en las montañas por ladrones, cayó de su caballo, perdió el conocimiento y al despertar vago por el monte hambriento y sediento. Cuando se encontraba a punto de morir y yacía tirado en el camino vio aproximarse un hombre y con el sol detrás de ese hombre pudo ver su propio rostro.

Días después fue hallado el rey y llevado al castillo.

jueves, 1 de mayo de 2014

Paráfrasis de Nicolás de Cusa


El hombre es el animal más débil del reino:  no es  veloz como el leopardo, no es fornido como el elefante, no vuela como el halcón, no nada como un delfín, no es fuerte como una hormiga, no es tenaz como el león.  No es necesario el brazo del universo para quebrantarlo: un vapor, unas gotas, un pequeño insecto es suficiente para matarlo.  Aun así es la cosa más noble en este universo. Todo es corruptible en este mundo -¡Solo Dios es inmutable! ¡Alabado sea!- Todo se marchita. Todo muere.  Pero el hombre sabe, sabe que muere.  El universo no sabe nada. He allí que un hombre aunque viva una ínfima parte de lo que vive un roble, vive consciente de que vive. Es la dicha que nos ha dado el Señor.  ¡No teméis hermanos al sufrimiento! Que la roca nunca lo sabrá.












Paráfrasis de una cita de Nicolás de Cusa debería ser el titulo exacto, o menos. Desconozco el lugar (fuente) exacto de su extracción. La encontré en el libro: ¿Qué es el hombre? de Martin Buber. No importa, el autor y el lugar es algo accidental. La cita y la paráfrasis que hago tratan de expresar algo que cualquier hombre ha pensado: su condición.
La cita "original" es la siguiente: 

L’homme n’est qu’un roseau, le plus faible de la nature; mais c’est un roseau pensant. It ne faut pas que l’univers entier s’arme pour l’écraser: une vapeur, une goutte d’eau, suffit pour le tuer. Mais, quand l’univers l’écraserait, l’homme serait encore plus noble que ce qui le tue, parce qu’il sait qu’il meurt et l’avantage que l’univers a sur lui. L’uni­vers n’en sait rien.




La última visita del caballero enfermo/ Giovanni Papini

Nadie supo jamás el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de Sebastianbo del Piombo, que lo representa envuelto en una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Alguno de los que más lo quisieron -yo estoy entre esos pocos- recuerda también su cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los pasos, la languidez habitual de los ojos.

Era, verdaderamente, un sembrado de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste ingresara al mundo de los sueños. Nadie le preguntó cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.

La víspera de este día, a primer hora de la mañana, cuando apenas el cielo empezaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la caricia de su guante sobre mi frente y lo vi ante mí, con la sonrisa que parecía el recuerdo de una sonrisa y los ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a causa del enrojecimiento de los párpados, que había pasado toda la noche velando y que debía haber esperado la aurora con gran ansiedad porque sus manos temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre.

-¿Qué le pasa? -le pregunté-. ¿Su enfermedad lo hace sufrir más que otros días?

-¿Mi enfermedad? -respondió-. Usted cree, como todos, que yo tengo una enfermedad? ¿Que se trata de una enfermedad mía? ¿Por qué no decir que yo soy una enfermedad? Nada me pertenece. ¡Pero yo soy de alguien y hay alguien a quien pertenezco.

Estaba acostumbrado a sus extraños discursos y por eso no le contesté. Se acercó a mi cama y me tocó otra vez la frente con su guante.

-No tiene usted ningún rastro de fiebre -continuó diciéndome-, está usted perfectamente sano y tranquilo. Puedo, pues, decirle algo que tal vez lo espantará; puedo decirle quién soy. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque tal vez no podré repetirle las mismas cosas y es, sin embargo, necesario que las diga al menos una vez.

Al decir esto se tumbó en un sillón y continuó con voz más alta:

-No soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y músculos, un hombre generado por hombres. Yo soy -y quiero decirlo a pesar de que tal vez no quiera creerme- yo no soy más que la figura de un sueño. Una imagen de Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta; ¡yo soy de la misma sustancia de que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno que duerme y suena y me ve obrar y vivir y moverme y en este momento sueña que yo digo todo esto. Cuando ese uno empezó a soñarme, yo empecé a existir; cuando se despierte cesaré de existir. Yo soy una imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El sueño de este uno es tan intenso que me ha hecho visible incluso a los hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia no es el mío. Mi verdadera vida es la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente creador.

"No se figure que hablo con enigmas o por medio de símbolos. Lo que le digo es la verdad, la sencilla y tremenda verdad.

"Ser el actor de un sueño no es lo que más me atormenta. Hay poetas que han dicho que la vida de los hombres es la sombra de un sueño y hay filósofos que han sugerido que la realidad es una alucinación. En cambio, yo estoy preocupado por otra idea. ¿Quién es el que me sueña? ¿Quién ese uno, ese desconocido ser que me ha hecho surgir de repente y que al despertarse me borrará? ¡Cuántas veces pienso en ese dueño mío que duerme, en ese creador mío! Sus sueños deben de ser tan vivos y tan profundos que pueden proyectar sus imágenes hasta hacerlas aparecer como cosas reales. Tal vez el mundo entero no es más que el producto de un entrecruzarse de sueños de seres semejantes a él. Pero no quiero generalizar. Me basta la tremenda seguridad de ser yo la imaginaria criatura de un vasto soñador?

"¿Quién es? Tal es la pregunta que me agita desde que descubrí la materia en que estoy hecho. Usted comprende la importancia que tiene para mí este problema. De su respuesta depende mi destino. Los personajes de los sueños disfrutan de una libertad bastante amplia y por eso mi vida no está determinada del todo por mi origen sino también por mi albedrío. En los primeros tiempos me espantaba pensar que bastaba la más pequeña cosa para despertarlo, es decir, para aniquilarme. Un grito, un rumor, podían precipitarme en la nada. Temblaba a cada momento ante la idea de hacer algo que pudiera ofenderlo, asustarlo, y por lo tanto, despertarlo. Imaginé durante algún tiempo que era una especie de divinidad evangélica y procuré llevar la más virtuosa vida del mundo. En otro momento creí que estaba en el sueño de un sabio y pasé largas noches velando, inclinado sobre los números de las estrellas y las medidas del mundo y la composición de los mortales.

"Finalmente me sentí cansado y humillado al pensar que debía servir de espectáculo a ese dueño desconocido e incognoscible. Comprendí que esta ficción de vida no valía tanta bajeza. Anhelé ardientemente lo que antes me causaba horror, esto es, que despertara. Traté de llenar mi vida con espectáculos horribles, que lo despertaran. Todo lo he intentado para obtener el reposo de la aniquilación, todo lo he puesto en obra para interrumpir esta triste comedia de mi vida aparente, para destruir esta ridícula larva de vida que me hace semejante a los hombres. No dejé de cometer ningún delito, ninguna cosa mala me fue ignorada, ningún terror me hizo retroceder. Me parece que aquel que me sueña no se espanta de lo que hace temblar a los demás hombres. O disfruta con la visión de lo más horrible o no le da importancia y no se asusta. Hasta hoy no he conseguido despertarlo y debo todavía arrastrar esta innoble vida, irreal y servil.

"¿Quién me liberará, pues, da mi soñador? ¿Cuándo despuntará el alba que lo llamará a su trabajo? ¿Cuándo sonará la campana, cuándo cantará el gallo, cuándo gritará la voz que debe despertarlo? Espero hace tiempo mi liberación. Espero con tanto deseo el fin de este sueño, del que soy una parte tan monótona.

"Lo que hago en este momento es la última tentativa. Le digo a mi soñador que yo soy un sueño, quiero que él sueñe que sueña. Esto pasa también a los hombres. ¿No es verdad? ¿No ocurre que se despiertan cuando se dan cuenta de que sueñan? Por esto he venido a verlo y le he hablado y desearía que mi soñador se diese cuenta en este momento de que yo no existo como hombre real y entonces dejaré de existir, hasta como imagen irreal. ¿Cree que lo conseguiré? ¿Cree que a fuerza de repetirlo y de gritarlo despertaré sobresaltado a mi propietario invisible?"

Al pronunciar estas palabras el Caballero Enfermo se quitaba y se ponía el guante de la mano izquierda. Parecía esperar de un momento a otro algo maravilloso y atroz.

-¿Cree usted que miento? -dijo-. ¿Por qué no puedo desaparecer, por qué no tengo libertad para concluir? ¿Soy tal vez parte de un sueño que no acabará nunca? ¿El sueño de un eterno soñador? Consuéleme un poco, sugiérame alguna estratagema, alguna intriga, algún fraude que me suprima. ¿No tiene piedad de este aburrido espectro?

Como yo seguía callado, él me miro y se puso en pie. Me pareció mucho más alto que antes y observé que su piel era un poco diáfana. Se veía que sufría enormemente. Su cuerpo se agitaba, como un animal que trata de escurrirse de una red. La mano enguantada estrechó la mía; fue la última vez. Murmurando algo en voz baja, salió de mi cuarto y sólo uno ha podido verlo desde entonces.