Un elefante blanco de seis colmillos, que erraba en las montañas de oro, entró en su costado izquierdo sin causarle dolor.
Se despierta. El rey convoca a sus astrólogos y éstos le explican que la reina dará a luz a un hijo que podrá ser el emperador del mundo o el Buddha, destinado a salvar a todos lo seres. Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el emperador del mundo.
Se despierta. El rey convoca a sus astrólogos y éstos le explican que la reina dará a luz a un hijo que podrá ser el emperador del mundo o el Buddha, destinado a salvar a todos lo seres. Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el emperador del mundo.
El rey convoca a sus magos y la reina da a luz sin dolor. Una higuera inclina sus ramas para ayudarla. El hijo nace de pié y al nacer de cuatro pasos (al Norte, al Sur, al Este y al Oeste) y dice: “Soy el incomparable; este será mi último nacimiento” El príncipe crece: es el mejor arquero, es el mejor jinete, el mejor nadador, el mejor atleta, el mejor calígrafo, confunde a todos los doctos.
El padre sabe, los astrólogos le han dicho, que su hijo corre el peligro de ser el Buddha, el hombre que salvará a todos, esto si conoce cuatro hechos, que son la vejez, la enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo en el palacio, le suministra un harén.
El príncipe vive una vida feliz; ignora que haya sufrimiento en el mundo, ya que le ocultan la vejez, la enfermedad y la muerte.
En el día predestinado sale en una carroza por una de las cuatro puertas del palacio, por la puerta Norte. Recorre un trecho y ve a un ser distinto de todos los que ha visto. Está encorvado, arrugado, no tiene cabello, apenas puede caminar y va apoyado en un bastón. Pregunta quién es ese hombre y el cochero le contesta que es un anciano y que todos seremos algún día ese hombre si seguimos viviendo.
El príncipe vuelve al palacio, perturbado.
Al cabo de seis días vuelve a salir por la puerta Sur. Ve en una zanja a un hombre aun más extraño, con la blancura de la lepra y el rostro demacrado. Pregunta quién es ese hombre, si es que lo es, y el cochero le responde que es un enfermo y que todos seremos ese hombre algún día, si seguimos viviendo.
El príncipe, ya muy inquieto, vuelve a palacio.
Seis días más tarde sale nuevamente y ve a un hombre que parece dormido, pero cuyo rostro tiene un color que no es el de la vida. A ese hombre lo llevan otros. Vuelve a preguntar quién es y esta vez el cochero le responde que es un muerto y que todos, si seguimos viviendo, algún día seremos él.
El príncipe ahora está desolado. Tres horribles verdades le han sido reveladas: la verdad de la vejez, la verdad de la enfermedad y la verdad de la muerte.
Sale una cuarta vez y ahora ve un hombre casi desnudo cuyo rostro está lleno de serenidad. Pregunta quién es y le responden que es un asceta, un hombre que ha renunciado a todo y que a logrado la beatitud.
Ahora, el príncipe se decide por abandonarlo todo: él que ha llevado siempre una vida tan rica.
El príncipe resuelve ser el Buddha.
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